Las playas en verano, el padre vigilante. En los días de sol, azul del mar, azul del cielo, azul. En los días de verano, sombras entre los pinos; entre las hojas, restos de la lluvia. La lluvia, el agua, la lluvia. La piel sobre la arena, el fulgente remanso al acabar la luz, al empezar la oscuridad. En la casa, la noche. No tememos ni el frío ni las sombras. Es lo negro cobijo y paz, reposo, firme tranquilidad Guarda el mundo la mano que, cálida, señala el horizonte, los ojos que se clavan en las olas verdosas de la mar, el brazo que hizo fuerte para jugar conmigo a ser un dios, un protector, un guía, Papá.
Siguiendo una iniciativa de "Asturias, capital mundial de la poesía", en los últimos días compartí varios poemas en facebook con motivo del Día Mundial de la Poesía, que se celebra el 21 de marzo. Poemas en español, francés, catalán, alemán, inglés y chino. Sin ningún criterio determinado, tan solo cosas que me gustaban, mezclando composiciones propias con obras de grandes autores. En el caso de poesías en lenguas extranjeras, junto con la versión original ofrecía una versión (que no traducción al español). Esas versiones son siempre mías.
Las reúno aquí porque de otra manera me será difícil localizarlas en otro momento.
En el sol de la tarde
se levantan ciudades de hormigón
y de hierro.
Músculos y sudor.
Polvo en el aire, calor.
Brazos en hermandad
que juntan agua y arena,
alisan el cemento,
remueven el alquitrán.
En el calor de la tarde
se pegan las grasas a los zapatos
y desde los automóviles
ojos furtivos
de quienes van y vienen,
contemplan la calle rota y quebrada,
en lo que estaba oculto se detienen
y admiran la forma en que se rehace.
En la luz de la tarde
se apura la jornada que ya acaba.
Son los jefes coronados
por el resplandor del sol
que roza ya las azoteas blancas.
Los cascos limpios y la ropa cara.
Se mezclan con la brea
sin hundirse en el negro.
Ellos también construyen,
también levantan ciudades de acero
sin manchas grises de obra en los dedos,
sin cemento adherido a los cabellos.
Sus axilas no están húmedas
ni enrojecidas sus caras.
Es otra su hermandad...
o no, quizás.
Los que miramos y los que construyen.
No hay más.
Así ha sido, así por siempre será
"No puedo remediar que me gusten la lluvia y los
ríos caudalosos. Desde que me fui de allá arriba no veo casi nunca llover.
Llevo dos años casi sin ver caer agua más de un par de horas (y tirando por lo
alto). Tampoco tengo suerte cuando vuelvo a casa. A todo el mundo le toca algo
menos a mí y estoy harto. Ayer me vine de Barcelona y ahora me decís que allí
hay invierno. Disfrutadla y poneos la gabardina que yo guardo en el armario."
Me gusto mucho ese inicio, "No puedo remediar que me gusten la lluvia y los ríos caudalosos". Me parecía que había algo evocador en esas palabras. Así que me animé a continuarlas No puedo remediar que me guste la lluvia, los ríos caudalosos... el gris en las montañas, el olor de los prados, del musgo infantil. La mano de mi padre en la humedad, entre bosques y helechos, tras la casa y el hórreo. No puedo remediar el brillo en los ojos al evocar las tardes oscuras de mi niñez, la cocina, la leche, el café. No puedo remediar del norte y el recuerdo lo que fue.
Esa infantil transcendencia
de los conciertos
en que madres y padres
vuelcan su amor
entre piedras y notas,
lo encierran en grabaciones,
lo vierten en temblores y emoción
ingenua.
Esa infantil perfección
de la música intentada
por quienes ya no son...,
o mejor,
son;
pero aún
nos recuerdan
...
Esa música creada,
inefable, imperfecta.
Ladrones, asesinos,
corruptos, violadores.
Todos ellos perdón
alcanzarán;
pero aquellos que ruido
en concierto perpetren;
aquellos que la música
con ignorancia,
burla o desprecio
maten o quiebren,
estos...
estos misericordia
nunca hallarán.
Como los niños lloran por lo fútil,
así nosotros también Te pedimos
baratijas sin substancia,
chuches, piedras de colores.
Nos escuchas, sonríes, las ignoras.
Así ha de ser;
pero,
pero en aquellas que de corazón
para nuestro pequeño y dulce hermano
de rodillas te pedimos,
fíjate en el dolor y no en la causa.
Concédenosla, repárala,
que sintamos que sientes
del padre la bondad.
Los poemas son fotografías. Tomamos una foto para recordar un momento, a una persona, un lugar; o dicho de otra forma, una persona en un momento dado y en un lugar determinado. Queremos fijar la imagen y poder volver a ella una y otra vez, si acaso mostrarla a quien no estaba allí y de esa forma llevar el instante capturado con nosotros para conservarlo y compartirlo.
Cuando se escribe algo que pudiera parecerse a un poema intentamos captar un sentimiento, una vivencia normalmente intensa y con frecuencia pasajera que nos agita en un momento dado. Muchas veces la experiencia dura tan solo un segundo, en otras ocasiones puede prolongarse durante años. En algunos casos es tan evidente para quien la vive como una quemadura, un beso o una caricia; en otros supuestos cuesta llegar a ella porque está enterrada en algún lugar de nuestro interior y nuestro consciente solamente percibe una agitación que no llega a identificar. Hemos de hacer introspección, hurgar hasta rescatar ese sentimiento que nos ha conmovido y que queremos guardar. El poema es la forma de conservarlo.
La asociación de palabras, imágenes, ritmos, rimas y cualquier otro recurso que se nos ocurre busca (consciente o inconscientemente) fijar en un soporte externo esa vivencia inefable que pensamos que podríamos perder si no se pone por escrito. En este sentido es en el que creo que poesía y fotografía se parecen.
Esta semejanza básica extiende sus brazos a otros muchos aspectos. Si uno se fija en lo que uno escribe y en lo que puede leer -y hay que considerar no solamente a los autores consagrados, sino también a los miles de aficionados que pululan por la red- nos damos cuenta de que cualquier tema puede ser bueno para la poesía al igual que lo es para la fotografía; pero como sucede con esta última es fácil que también en la poesía una gran parte de lo que se produce carezca del valor universal que lo hace interesante para alguien más que para quien lo escribe o sus allegados más cercanos. ¿Cuántas fotos vemos en que se nos muestra a hijos, cónyuges o amigos? Yo mismo cuelgo muchas imágenes de ese estilo que seguramente no interesan más que a mi familia o a alguno de mis amigos; pero que, evidentemente, nada dicen a la inmensa mayoría de quienes navegan por internet. Existen otras fotografías, en cambio, que por su objeto, por el encuadre, por los colores, por otra razón o por una combinación de varias llaman la atención a muchos que no tienen relación directa ni con el tema ni con el autor. Estas fotografías aportan algo que tiene valor general y son, habitualmente, las que acaban circulando de una punta a la otra del Planeta y en las que acabamos poniendo miles de "me gusta".
Igualmente en poesía es fácil comprobar cómo muchas de las obras que se leen son tan evidentes como lo es una foto de familia tomada en cualquier lugar tópico y carecen, por tanto, de ese valor universal que hace que conmuevan a personas que nada tienen que ver ni con lo fotografiado ni con quien lo fotografía. Ahora bien, que carezcan de esta dimensión no convierte a tales poesías en prescindibles. Una foto, cualquier foto, es valiosa por esa captura del momento que siempre tendrá interés al menos para quien la hace. De igual forma cada poesía captará ese sentimiento particular que la motiva y que, al menos para quien la escribe, merece ser conservado. Me entristece que algunos renuncien a escribir porque piensan (y en ocasiones con razón) que lo que escriben no es lo suficientemente bueno. No se escribe para escribir algo "bueno". Se escribe para transmitir un sentimiento y, al igual que en una fotografía, el resultado será más o menos perfecto; pero siempre servirá al autor para revivir aquello que de otra forma hubiera pasado.
No todas las fotografía que hacemos son de premio (seguramente ninguna); pero todas nos son queridas por una u otra razón. Para cada uno de nosotros dicen algo y por eso nos agrada compartirlas. Más allá del valor técnico o artístico tanto los poemas como las fotografías son, en cierta forma, nosotros mismos; pequeñas huellas que nos ayudan a multiplicar la vida.
Lentos elefantes de trompas estruendosas,
perversos caprichos de tristes indolentes.
Viajar acariciando madera y metal;
esperar sin gozar de la brisa y la luz,
incapaz de sentir la mano de los dioses
sobre campos tranquilos, bellos y serenos.
La santa hermandad de los que viven rechazas
para hundir tus manos y corazón en muerte
caprichosa, inútil, vacía y sin sentido.
Muerte busca muerte en las sabanas de África.
Vida aguarda humilde el rosa de la mañana.
No me acuerdo de cómo llegué al blog de Jose Zúñiga, tampoco me acuerdo de cuándo fue; me parece que en el 2008. El caso es que me quedé enganchado a su "Tiempo a destiempo". Un poema cada día, un poema diferente: sonetos, alejandrinos, romances, rima libre, noticias de prensa cortadas como poemas... y, sin embargo, siempre Zúñiga. Zúñiga manejaba muchos estilos pero un solo lenguaje, el suyo. Era un poeta con estilo propio, un estilo que sabía verter en los moldes más diversos.
Comencé a comentarle algunos de los poemas; el respondía a los comentarios (qué tarea la suya, siempre atento a poner unas líneas a cada uno de los que se pasaban por sus versos); comentó algunas de las cosas que yo colgaba en mi blog, me dio muy buenos consejos... Fue una relación casi exclusivamente virtual. Nos vimos solamente dos veces. La primera en diciembre de 2009. Aprovechando que yo estaba en Madrid quedamos para comer. Hablamos de poesía, de literatura y un poco también de Derecho, porque José Luis Zúñiga -que se presentaba a si mismo como funcionata- era también un jurista, funcionario de uno de los cuerpos más prestigiosos de la Administración y que había publicado trabajos de títulos tan sugerentes (para ser obras sobre leyes) como "Algunas reflexiones en torno a las valoraciones catastrales", "Comentarios a la legislación de viviendas de protección oficial" o "Perversiones intrínsecas del proceso de valoraciones catastrales".
Pero éste, desde luego, no era el auténtico Zúñiga; el Zúñiga que aprendimos a amar y admirar es el cantautor y sobre todo (para mí) el poeta. Disfrutamos con su "Besos y gatos", tan reciente, con sus libros de poemas y con su blog, tan rico, tan variado. No tuve la suerte de conocerlo en su faceta de frecuentador de baretos, de tertuliano; y lo siento; pero solamente el gozo de casi cada día leer su poesía o sus relatos es suficiente para profesarle una admiración sincera.
La segunda (y última) vez que le vi fue el 25 de marzo, en la presentación de su último libro de poemas. Fue una casualidad afortunada la que me permitió estar allí; llegué por los pelos; pero pude acurrucarme en una esquina y disfrutar del calor de sus amigos, del cariño de los que allí estaban, entregados a un poeta único, bueno en todos los sentidos de la palabra. Disfruté y me emocioné, como todos; y gocé con un Zúñiga al que ya sabía enfermo pero que, misteriosamente, parecía el mismo al que había visto hacía más de un año. La lectura de su último poema fue el punto culminante a algo más que una mera presentación.
Unos días después me llegó un correo de Paloma, y al poco otro. Al día siguiente, lunes, 4 de abril, en el blog de Nares Montero leí una entrada que me conmocionó. La releí y comprobé que no decía de forma explícita lo que me temía y removí blogs aquí y allí hasta que la noticia se confirmó. Por los blogs me llegó la certidumbre.
Se ha cerrado el círculo. Nos quedan muchas cosas, y entre ellas ese extraordinario último poema que leyó el 25 de marzo; poema que es testamento y testimonio. En el último correo que le envié le decía "el último poema que has leído, el que dices que no vas a publicar, es extraordinario. Me gustaría verlo por escrito para poder releerlo. Sabes que me gustan mucho esos poemas tuyos que aprovechan lo mucho de emocionante, trascendente y poético que tiene la religión. Tengo la sensación de que éste te ha quedado redondo". En realidad ya lo había leído. Acabo de comprobar que lo había publicado en su blog el 11 de marzo de 2009 y luego también el 22 de marzo de 2010. A continuación dejo el vídeo con la lectura del poema.
Cierro esta entrada con el poema que escribí para él el viernes, 1 de abril. Al final incluyo un "autocomentario" que es, en realidad, una dedicatoria, una sentida dedicatoria a quien ha sido para mi un maestro.
Solo un héroe
Todos somos héroes,
todos los que vivimos.
Todos los que vivimos somos héroes;
y algunos lo saben.
Jugar a la pelota
en el patio hostil
de un colegio gris.
El miedo a no tener,
el miedo a fracasar,
¡estudiar!
Entre las sombras yace
el no durmiente,
se agita y lo aplacas
por un tiempo.
Y eres feliz
¡cómo no!
lo eres.
Sabes cosas
con las que gozas
y te gozan.
Y el mundo es perfecto
por un tiempo,
por un momento
eterno,
eterno,
eterno.
El tiempo sin tiempo
perfecto.
Una vida de héroe, sin duda.
Amigo Zúñiga. Como verás he jugado (ya lo hice en otras ocasiones) con algunos de tus temas. En este caso son muy evidentes; me gustó mucho tu poema en el que acabas con esa frase: "Vida de un héroe", siempre me recuerda el poema sinfónico de Strauss, y me imagino que a ti también. Quise que fuera título y final porque si me tuviera que quedar con una sola de las muchas cosas que creo haber aprendido leyéndote sería ésta: la heroicidad que surge de la fidelidad a una vocación, la de contar, sentir y hacer sentir; la heroicidad que surge de ser consciente de lo que significa vivir. Quizás es el mismo tema de "Empieza un nuevo día y hablo solo" que también me gustó mucho. He juntado las dos ideas en el título.
El otro elemento que te robo es esa preocupación por el tiempo, y sustituyo tu tiempo a destiempo por el tiempo sin tiempo para llegar a la eternidad, que es mi forma de ver ese devenir que a ti tanto te interesa.
En la noche les guie. Bajamos la montaña batiendo el corazón en el frío y el negro. Masticaba la niebla, olfateaba el aire helado y gris, caía la nieve en nuestras espaldas. No erraba en el camino que llevaba hasta el valle. Ninguno se perdió y pudimos vivir otro verano más. ¡Hace tanto de esto! Fue en el tiempo olvidado, antes de que empezáramos a encarnarnos en hombres.
Me apetece recuperar una entrada de hace más de dos años que, no sé por qué, es de las más atacadas por los comentarios spam, esos que no saben de dónde vienen y que se limitan a incluir links para otras cosas. Gracias a esos comentarios, que me son comunicados en el correo, la tengo presente semana sí y semana también. A ver si en esta nueva ubicación recibe únicamente comentarios de amigos (reales y virtuales).
Un mundo desnudo de palabras. Un niño sentado a la puerta. Espera. Una calle, en un barrio, en una ciudad de cemento de almas atrapadas, cansadas. Un niño que espera sentado a la puerta de una casa cualquiera. Tarde de cielo gris. Hora de nada. Mira la calle para verla cuando llegue con su falda, sus caderas, su sonrisa, blanca y fresca; para besarla y olerla y quererla. Y tiene la esperanza de que la noche no venga y hoy pueda verla. Pero llegan y se lo llevan y en el coche piensa: ¿y si es verdad y está muerta? mientras las sirenas suenan.
No sé por qué me ha salido una cosa tan deprimente, justo ahora que le he quitado el negro al fondo del blog... en fin, qué le vamos a hacer, ya escribiré cosas más animadas.
Lentamente metió el alambre
por el oído izquierdo.
Chillaba,
pero acabó saliendo
por el derecho.
Sangre gris sobre el hombro.
No sé por qué,
pero al hacerle esto
se quedó ciego.
Curioso.
Recuerdo muchas cosas más
de aquella noche. Barra libre. Dijeron. No había luna, nos alumbraban los incendios. Rojo, amarillo, verde. Había también chicas; lo intenté pero no podía, así que maté a una que suplicaba. Dolía el brazo que aguantaba el fusil. Me fui a dormir. Soñé que una mano me acariciaba; quizás era mi madre. Me hacía recordar que en aquel día celebraba mi aniversario. Cumplía once años.
Ha muerto Mario Benedetti; en modesto homenaje recupero este soneto inspirado en un cuento suyo que escribí hace unos meses.
Aeropuerto
Se refleja el cristal en las baldosas y se yerguen palmeras contra el cielo, barullo de maletas sobre el suelo. Pasa veloz el joven y sus rosas, se cruza con mujeres aún hermosas, serias mientras esperan a su vuelo. Ni una oreja sin móvil ¡qué revuelo! Llora un niño abrazado a muchas cosas, cansado por el lento discurrir del tiempo en el brillante marcador que rige de la vida el devenir. Ninguno ve la sombra sin fulgor que contempla impertérrita el partir de quienes aún disfrutan del calor.
Es inútil la ira
que contra las bestias
dirigirás.
En su espalda se carga
la feria y el altar,
pura vanidad.
Saltimbanquis y sacerdotes;
esplendor de fuego y colores;
torbellino que gira
y en el que habitas.
Sobre ellas duermes,
plácidamente.
Despiértate y salta;
y verás los bueyes marchar
bajo la luz crepuscular
mientras a ti te envuelve
la oscuridad.
Hace unos meses colgué estas palabras como comentario a la entrada "Desde el 85", de New Morning Light (http://newmorninglight.blogspot.com/).
Por cierto, hermosísma la última entrada de ese blog, "Through", y muy adecuado el fondo musical con el que coincide, el "Go Slowly" de Radiohead.