Frío en el rostro,
ojos vacíos,
pecho en silencio.
Una mano extendida, seca y pálida.
Polvo en la ropa, heridas en la frente.
Junto al cuerpo se vienen los curiosos
y comentan los lances del encuentro.
Que si bueno y valiente parecía,
que si el mucho mérito que tenía…
Uno limpia de sangre el estilete
mientras aguarda el silencio en la plaza.
Ya sin nadie se inclina sobre el cuello
y al oído le susurra un lamento.
“Bien ahí estás,
¿quién te manda resucitar un muerto,
limpiar a un leproso, curar a un ciego?
Este es negocio de tontos y truhanes.
De gente honesta, ni casa ni mesa”.
Envaina el gañán y lento se vuelve
sin reparar en que en el ojo frío
una lágrima como ola cae
y ya por la mejilla, suave, rueda.
Desconfía de muertos
que a llorar llegan.
Otro vendrá
con ojos limpios,
rostro terso y un latido en el pecho.
Una mano que roza dedos secos
para que una idea justa y buena
viva, se extienda, crezca.
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