Vaho en los cristales, agua turbia, polvo.
Hay una baldosa alta y levantada,
una grieta en la pared alisada,
un temblor, calor o frío a destiempo.
La vida supo esperar el momento
de abrir hostilidades.
Sin grandes aspavientos,
leve morosidad,
mañana de domingo.
Supo esperar el día
de bombardear los buques anclados
-las velas al pairo, bien engalanados,
vigías dormidos, cañones guardados-
tranquila la playa de nuestra alegría,
allí donde el corazón aguardaba
un día sin sorpresas,
una noche tranquila,
una muerte feliz,
una tumba sencilla,
una herencia pacífica.
La vida supo aguardar el momento
de la caricia áspera
que con su dedo índice
nos regala la mano,
pálida y seca,
de un esqueleto.
No te derrumbas.
No se permite
tal cosa.
Permaneces en pie.
Quieto.
Detenido en un semáforo en verde
mientras que otro sigue
en el fluir de la calle,
en el sol de la tarde,
sabiendo ya perdida,
la muerte feliz,
la tumba sencilla,
la herencia pacífica.
Sea pues, amiga.
Aquí nos tienes,
derrotado y perdido,
sintiendo al fin
lo que vale un día
sin lágrimas ni sangre.
Un día que no espera
otra tarde de dicha.
Aquí me tienes
aguardando
otro golpe, más lágrimas
y la esperanza,
que nada acabe antes
que el fin de nuestra dicha.