Súbita luz que me rodea, toda;
los párpados cerrados;
inicio de un ascenso.
Flota en la noche.
Tersos canalillos de sangre rosa
contra el blanco y la carne.
Tu peso se diluye en la cabina,
que sisea cortando el aire negro.
Si ella llegara y tú ya no estuvieras,
si te visitara, ¿lo sentirías?
¿o tan solo desaparecerías?
En las noches siniestras en que viajas
estás tan profundamente cansado
que si no fuera por los otros,
los otros pasajeros, claro;
te dormirías.
¡Adiós!
martes, 25 de enero de 2011
domingo, 16 de enero de 2011
Dos hermanas
El viernes pasado Eugenia Rico propuso en su facebook un juego que me pareció divertido; ella escribía el principio de una historia y luego quien quisiera la continuaba. Fuimos varios los que nos animamos a jugar y durante esta semana han ido apareciendo en la página de facebook de Eugenia las distintas continuaciones en distintas entregas. Como las continuaciones han ido apareciendo en forma de comentario a distintas entradas el resultado es un tanto caótico, por lo que a Eugenia Fernández Checa (otra de las participantes) y a mi nos ha parecido que podía ser buena idea colgar los relatos acabados en algún blog para que fuera más fácil leerlos. Ella ha colgado el suyo aquí y yo cuelgo el mío aquí.
El capitán se alzó y comenzó a contar su historia. Eran dos mujeres muy hermosas y viajaban solas en un camarote de primera clase. Eran hermanas pero parecían madre e hija porque una de ellas estaba muy enferma. La que no estaba enferma era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. (Eugenia Rico)
Y sin embargo, fue de su hermana de la que me enamoré. Cuando las invité a mi mesa sonreía ante los platos que no podía siquiera probar y me miraba con ojos dulces y lejanos: Parecía decirme: "no me desees, ya no soy de este mundo"; pero yo me hundía en ellos sin poder evitarlo.
Cuando cruzamos el Ecuador la besé bajo la noche de dobles estrellas. Creí tener entre mis brazos un pajarillo.
Murió antes de llegar a nuestro destino. Su hermana no se opuso a que entregáramos su cuerpo al mar. "Mejor así -dijo- "sin lápida que la recuerde".
La miré sorprendido, mis ojos enrojecidos se fijaron en los suyos, fríos, tan parecidos a los de su hermana y, sin embargo, tan diferentes... (el relato completo aquí)
Cuando llegaron a Berlín había transcurrido más de un mes desde que habían puesto el pie en Calais...
(...) Por supuesto que Sara tenía más preguntas; pero todos sabían que la entrega de aquel papel era el punto final de la entrevista. Un taxi, cortesía de los Bülow les esperaba a la puerta para llevarlos hasta el hotel. Se había hecho tarde, la noche venía del Este y devoraba las calles y el corazón de Sara.
La brisa hacia flamear levemente las cortinas y el sol se colaba por las rendijas que iban dejando en su ir y venir. La habitación estaba en calma, se oían amortiguados trinos de pájaros que venían desde el patio del hotel y más allá aún un leve rumor de conversaciones en las que se mezclaban los idiomas. Pero todo eso estaba lejos; allí, en la habitación, tan sólo existía la luz cálida de la mañana y el suave devenir del tiempo en el que uno puede gozar sin prisas del calor de un rayo de sol sobre la piel desnuda... (también puede leerse aquí)
El sol del verano golpeaba con fuerza la superficie de la laguna veneciana. La luz era tan intensa que semejaba niebla que cubriera los edificios de la ciudad frente a ellos. Sebastian y Sara paseaban protegidos por sombrillas y gafas de sol cerca de la terminal del Vaporeto...
(...) Sabía que su historia estaba construida sobre mentiras: o bien le había mentido Ana, o bien mentían los papeles que decían que ella era su madre; había mentido el capitán cuando le había ocultado que su padre vivía y quizás habían mentido también Heinrich y Magdalena. Y ciertamente, ella también había mentido, y ella también mentía. El impulso de averiguar la verdad había sido poderoso, muy poderoso; pero la mentira parecía consustancial a su historia; la había acompañado desde antes de nacer, y ni siquiera fue capaz de intentar averiguar la verdad sin mentir.
En todo el mar de mentiras que la rodeaban solamente había dos cosas ciertas: su padre era Carl Bülow y ella estaba embarazada; pero esto último aún no se lo diría a Sebastian, mentiría un poco más.
El capitán se alzó y comenzó a contar su historia. Eran dos mujeres muy hermosas y viajaban solas en un camarote de primera clase. Eran hermanas pero parecían madre e hija porque una de ellas estaba muy enferma. La que no estaba enferma era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. (Eugenia Rico)
Y sin embargo, fue de su hermana de la que me enamoré. Cuando las invité a mi mesa sonreía ante los platos que no podía siquiera probar y me miraba con ojos dulces y lejanos: Parecía decirme: "no me desees, ya no soy de este mundo"; pero yo me hundía en ellos sin poder evitarlo.
Cuando cruzamos el Ecuador la besé bajo la noche de dobles estrellas. Creí tener entre mis brazos un pajarillo.
Murió antes de llegar a nuestro destino. Su hermana no se opuso a que entregáramos su cuerpo al mar. "Mejor así -dijo- "sin lápida que la recuerde".
La miré sorprendido, mis ojos enrojecidos se fijaron en los suyos, fríos, tan parecidos a los de su hermana y, sin embargo, tan diferentes... (el relato completo aquí)
Cuando llegaron a Berlín había transcurrido más de un mes desde que habían puesto el pie en Calais...
(...) Por supuesto que Sara tenía más preguntas; pero todos sabían que la entrega de aquel papel era el punto final de la entrevista. Un taxi, cortesía de los Bülow les esperaba a la puerta para llevarlos hasta el hotel. Se había hecho tarde, la noche venía del Este y devoraba las calles y el corazón de Sara.
La brisa hacia flamear levemente las cortinas y el sol se colaba por las rendijas que iban dejando en su ir y venir. La habitación estaba en calma, se oían amortiguados trinos de pájaros que venían desde el patio del hotel y más allá aún un leve rumor de conversaciones en las que se mezclaban los idiomas. Pero todo eso estaba lejos; allí, en la habitación, tan sólo existía la luz cálida de la mañana y el suave devenir del tiempo en el que uno puede gozar sin prisas del calor de un rayo de sol sobre la piel desnuda... (también puede leerse aquí)
El sol del verano golpeaba con fuerza la superficie de la laguna veneciana. La luz era tan intensa que semejaba niebla que cubriera los edificios de la ciudad frente a ellos. Sebastian y Sara paseaban protegidos por sombrillas y gafas de sol cerca de la terminal del Vaporeto...
(...) Sabía que su historia estaba construida sobre mentiras: o bien le había mentido Ana, o bien mentían los papeles que decían que ella era su madre; había mentido el capitán cuando le había ocultado que su padre vivía y quizás habían mentido también Heinrich y Magdalena. Y ciertamente, ella también había mentido, y ella también mentía. El impulso de averiguar la verdad había sido poderoso, muy poderoso; pero la mentira parecía consustancial a su historia; la había acompañado desde antes de nacer, y ni siquiera fue capaz de intentar averiguar la verdad sin mentir.
En todo el mar de mentiras que la rodeaban solamente había dos cosas ciertas: su padre era Carl Bülow y ella estaba embarazada; pero esto último aún no se lo diría a Sebastian, mentiría un poco más.
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