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viernes, 21 de junio de 2024

Frases inacabadas

“Nunca acabas las frases".
Sonríe, calla, mira.

Recuerdas el momento refulgente
de girar la portada misteriosa,
de aproximar el rostro al lomo grueso,
de permitir que el olor de las páginas
te llenara casi completamente.
Recuerdas el temblor ante el comienzo
de una historia que se extendía lenta,
que incluía viajes y encuentros, pérdidas,
idiomas extraños, guerra y la paz.
Una historia que cubría la tierra,
desde las montañas hasta la mar,
desde el hielo a los bosques tropicales
del fuego inicial al frío estelar.
Una historia en la que cabían todos,
en la que habría amores y rivales,
alegría, instantes de soledad.
Una historia perfecta,
una novela de aventuras, épica,
el relato de un viaje y del regreso,
cansado y feliz, de nuevo al hogar.
Un extenso poema consonante,
espléndido, sin encabalgamientos
que destrocen el ritmo
de la dulce declamación.

La yema del dedo roza la hoja,
breve, afilada.
Vuelves sobre los primeros capítulos,
los lees otra vez,
inicio de la novela ideal.
Te ves como te ven,
tal vez como te gustaría ser.
Quizás lo que entre tus manos se agita,
lo que devoras, imaginas, sueñas,
lo que te sumerge en la soledad;
quizás eso no sea
el cruce de personajes y tramas,
la sucesión de brillantes anécdotas,
una casa repleta de detalles,
descripción rigurosa de una gota
de lluvia que lentamente desciende
por las piedras de un castillo asolado,
el tormento lento y cruel del esclavo,
doncellas arrodilladas que imploran
del inocente el final del suplicio,
la historia de la mujer que en un día
hace y deshace su entera existencia
un caballero hidalgo y su fiel criado,
la familia feliz de un desgraciado.

Tal vez, quizás.
Cuando pasas las páginas
ves líneas vacías, sentencias inconexas,
los renglones cortados que usan los poetas.
Quizás es nuestra vida
-la tuya, la suya, también la mía-
empresas fracasadas, pensamientos fallidos,
vueltas a comenzar.
No hay clímax ni descanso al terminar,
no todo tiene, necesariamente,
un sentido o propósito.
No hay premios ni castigos,
azar sin fin, papeles en el viento.
Leve luz de atardecer en la playa,
una mirada de complicidad,
deambular por la ciudad sin nombre,
imaginar las vidas de las gentes,
romper los planes, llorar y esperar.
Mayonesa que se corta, un tornillo
que no termina de ajustar.
Un concierto infantil,
una mano que te roza al azar.
Labios cerrados, instantes fallidos
que no han de mejorar.

Te ves como te ven,
viajero apretándose en el andén,
en el número secreto un minúsculo
y triste decimal.
No son nuestras vidas largas novelas
con solemne final.
Muy al contrario,
es nuestra existencia abrupto poema
de versos desiguales,
carentes de rima o entonación.
La habitación pequeña y aseada;
para ver la calle, una ventana.
"Como verá, la puerta es muy estrecha;
ni puesto en pie cabría un ataúd".
Risa seca por la torpe ocurrencia.
Andar bajo el sol y en la oscuridad.
"Ese árbol, ¿cómo es que ya no está?"
"¿No había una mercería, un bar?"
Una pelota que sale rodando,
chirrido de frenos, lloros y flores;
un susto, nada más.
El sol en la tarde, la brisa, el mar.
Un vestido que ya nadie usará.
La fábrica, el hogar.

Son nuestras vidas
frases inacabadas
por las que no debemos dar las gracias
ni perdón suplicar.