El olor del jazmín y la artemisa
se mezcla con sudor, aliento y lana.
Anhelo el cristalino azul del cielo,
la nítida silueta de los árboles,
el tacto puro y simple de las cosas,
unas flores en la mano desnuda,
roces, miradas, caricias furtivas...
Deseo que un día al mundo liberen
de los guantes y las rejas de tela,
de barrotes y sangre en las aceras.
Ahora nos han impuesto el silencio.
La noche no tendrá ya ningún sueño,
el día empezará y acabará
entre niebla y sin deseos.
Permíteme, Señor,
olvidar que en un tiempo
hubo largos paseos solitarios,
hubo risas y encuentros.
No permitas que mi alma recuerde
que tuve años con futuro y sueños.
...
Pero no, mi Señor,
si yo misma renuncio a los recuerdos,
si en esta cárcel dejo de soñar,
si entierro en el olvido lo que fui
¿quién lo podrá cambiar?
Olvida Señor mis pobre requiebros,
consérvame la luz y el corazón,
deja abierto el manantial de esperanza,
que viva en mí la persona que soy.
No permitas que esa esclava ocupe
el brillante jardín de mis mayores.
Dame las fuerzas para resistir,
valor para a mis hijas enseñar
qué es el cristalino azul del cielo,
la nítida silueta de los árboles,
el tacto puro y simple de las cosas.
Concédeme el tiempo preciso para
que gocen de roces, miradas, noches
y caricias furtivas.
Te pido Señor la sabiduría
de convertir mi forzado silencio
en palabra que llegue y que retumbe
en las casas de quienes nos someten,
en las almas de quienes nos abandonan.
...
Mi tiempo será breve,
se acumulan las piedras ante mí,
mis gemidos romperán el silencio;
pero tú que me oyes,
jura que mi nombre no olvidarás,
jura que a mis hijas ayudarás,
que olerán el jazmín y la artemisa,
quitarán los barrotes de su cielo,
escucharán sus voces cristalinas,
y en sus vidas rebosarán los sueños.
Y, si quieren, podrán aguardar a la noche
recostadas en el tronco de un roble,
en un recodo del viejo camino,
con la cara desnuda, una flor en la mano
y solo acompañadas por mi nombre y recuerdo.