¡Líbranos Señor del notario de los muertos!
De quienes miden tamaños y emplazamientos,
de quienes deciden dónde han de estar los restos
de aquellos que hace tanto murieron.
Quien no se haya visto en la mañana
temblando ante el cielo enrojecido,
el ruido de mosquetes y la risa
de quien te va a matar.
Quien no haya sentido las rodillas
quebrarse por las balas,
plomo en los pulmones y fuego seco
que sin aire te deja;
quien no haya sentido más la rabia
de la derrota que el miedo a la muerte;
quien no haya odiado y amado y luchado,
matado y perdonado;
quien no se haya dejado llevar
por la venganza y la ira, el rigor
de la justicia, el deseo de paz;
a quien todo esto le sea ajeno
¿qué ha de juzgar?
Líbranos de los tribunales del pasado,
de quienes invocan odios,
de quienes mueven cadáveres,
de quienes dictan verdades
y sepultan las dudas.
De todos ellos, líbranos Señor,
danos razón, conciencia y humildad,
valor y comprensión, sabiduría
para guardar olvidos y recuerdos.
No hay ni tumba hermosa ni muerte pacífica.
Bajo el oscuro mármol viven los gusanos,
en la cripta resuenan disparos antiguos
que hablan de derrotas y fracasos,
de pérdidas que ningún honor tapará.
No hay muerto mayor que el vivo más pequeño.
Todos lo muertos han sido vencidos.
Si con los suyos descansan, dejémoslos
o entre tierra o en granito reposar.
Solo por una flor poner o un nombre
un cuerpo se puede desenterrar.
Si no es por eso, ninguna disculpa habrá
para los recuerdos de un muerto perturbar
¡Líbranos Señor del notario de los muertos!
Que quienes miden tamaños y emplazamientos
dibujen parques y no cementerios