Oíd hoy mi lamento mirando
a Europa, nuestra triste heredad.
Un regalo de quienes vivieron;
de quienes penaron y murieron
sin disfrutar la hartura y la paz;
de quienes los bosques roturaron,
y los campos de trigo sembraron.
De quienes a la mar se lanzaron
para playas lejanas pisar.
De quienes su alma al diablo entregaron
por robar, violar, asesinar;
de quienes de sangre coronaron
un nauseabundo imperio mundial;
de quienes quemaron y aplastaron
para el hambre a sus hijos quitar.
De quienes las minas horadaron
y los altos hornos encendieron
en valles azules, verdes... negros.
De todos ellos hemos heredado
un trozo de esta roca que da vueltas
y más vueltas en torno al rey solar;
un fragmento de un mundo desdichado
donde ni hambre ni sed hemos sufrido
aquéllos que sin mérito hemos visto
la primera luz en este lugar.
Hay tantos que golpean nuestras puertas;
hay tanta miseria, dolor, violencia
hay tanto desgarro en tantos lugares
que resulta difícil soportar
el peso y la responsabilidad.
Son tantos los que nos miran con ira,
fieros y desafiantes, implorantes.
Son tantos los que nos dicen: "moveros".
Son tantos los que aguardan el momento
en el que al fin demos un paso más.
Son tantos los que penden del final
de nuestra molicie y comodidad
que me espanta pensar
lo que yo pensaría
si al norte viera el Mar.