Relucientes palacios de cristal,
estancias de luz y aire
en lo alto imaginadas,
por un necio creadas.
Solitarios arpegios en las naves
vacías de una fría catedral.
Pasos repiquetean
sobre el limpio cristal.
Sólo el eco devuelve
sonidos al azar.
Habita en aquel palacio real
junto al azul y al negro
en un mundo perfecto,
artificio por él creado a imagen
de sus infantiles sueños.
Pero bajo los techos transparentes
siente la ausencia del lodo
que nutre la tierra húmeda
tras el viento y la lluvia;
ansía el roce de hojas
y de las manos frías
tiernas caricias.
El aire seco y puro
que le envuelve y libera
no disfraza el olor
de la boñiga y de la azucena,
de la orilla del río
en los inicios de la primavera,
de la carne y de la hierba mojada
en noches de verbena.
Sólo en aquella fría soledad
se deja consumir
en paz.
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