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domingo, 8 de agosto de 2021

Felicidad

Ven cuando se adivina la penumbra,
cuando se desvanecen los colores,
cuando la noche llega del este
y en el cielo se mezclan
el día que ya fue,
la noche, otra mañana cercana.
En la rotonda se cruzan las luces
de coches que vienen de tantos sitios;
de donde veníamos ya cansados
a esta misma hora de la tarde
con amargor en los labios, vacío
helado y seco, muerto, derrotado.
De donde venimos ahora raudos,
con la sonrisa en la boca y ya llenas
las manos de postales que enviaremos
a entrañables compañeros soñados
en hermosos universos de plástico.
Un futuro perfecto reservado
en un pasado gozoso, olvidado.
Ven cuando no haya ninguna luz,
cuando lo que vemos es un reflejo,
una recreación,
tan solo un sueño.
Juntemos las cosas que aún tenemos,
contemos monedas de veinte céntimos,
libros infantiles y las memorias
que para nosotros nos inventamos.
Deja que la noche se vuelva blanca,
que se desvanezcan esas estrellas
que nunca contemplábamos,
que la hierba se torne celofán
y que nos quedemos solos
como cuando empezamos.
Sabemos que el tiempo no volverá
a aquella cena final,
una mirada seria y asustada,
el fin de unos años.
Lo que hemos perdido está enterrado,
dejemos que se pudra,
que se mezcle en la tierra
unido a las raíces del olivo,
al olor del jazmín en el verano.
Que su fragancia amarga nos envuelva
en las noches templadas del otoño,
que se macere en nuestros corazones
con risas y placeres y recuerdos
hasta que el sufrimiento se transforme
en trago familiar y cotidiano.
El mundo habrá cambiado.
Osaremos cortar el grueso lazo
que envuelve el paquete que no esperábamos.
Abriremos la caja de cartón,
tiraremos al suelo los papeles
y extenderemos manos impacientes.
Danos, Señor, aceptar el regalo.
En la vida no hay nada que no sea
pura felicidad.



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